Hamelin (2009)

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“Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño”. Así comienza un cuento inquietante y cruel, que en la pluma de Juan Mayorga, nos arrastra hasta uno de los más crudos ejemplos de explotación que pueden perpetrarse contra la infancia y la adolescencia: la pederastia.

Del mismo modo que los orgullosos habitantes de aquella ciudad se encontraron una mañana sus calles invadidas por miles de ratones que recorrían cada rincón, devorando de manera insaciable todo lo que encontraban a su paso, el hálito de algunos críos se disipa mientras la indiferencia sistemática de escrupulosos adultos, arraiga frente a estas despojadas víctimas.

Del mismo modo que nunca acertamos a comprender la causa de tal invasión en aquella próspera ciudad, tampoco acertamos a discernir como seres de una conducta sexual repugnante, tienden a ser protegidos por una casta que anida en inexpugnables seminarios sacerdotales, o de manera más peligrosa en escuelas y orfanatos.
Hamelin es un reducto de la conciencia y bajo el prisma de La República, bordearemos las fuentes de la poética aristotélica para no convertirnos en teatro narcotizante.

Los próceres de Hamelín, buscaron ayuda en un flautista doliente y larguirucho, a quien nadie había visto antes, y al que le prometieron una recompensa que nunca pagaron. Y aunque Hamelín parezca que sólo es un cuento aséptico, a nosotros nos provoca búsquedas perpetuas.

Determinados entes supra-sociales, piden al teatro que caminen sin hacer sombra, que no les inquieten ni incomoden. Es entonces cuando “actuar es cambiar el mundo”, y Hamelín nos invita a ello.

Pero ese proceso de marcha para salir de la clandestinidad, no se puede convertir en una arenga social. Si así fuera, definitivamente hemos fracasado.

Nacho Cabrera, Director